Blas López-Angulo
21 de mayo de 2017
La España ausente
A menudo lo que vemos todos los días nos impide tener en cuenta las
demás realidades que no se muestran. El peso de lo evidente es tal que
suspende cualquier reflexión. En una sociedad donde el poder de la
imagen es penetrante, avasallador, la realidad virtual o 2.0 se impone
también.
Como se recogía en un reciente reportaje publicado en Le Monde, hay lugares que desaparecen: permanecen en los mapas, pero salen de nuestras memorias. A fuerza de ser olvidados, se venía a decir, es como si jamás hubieran existido. La concienciadora campaña de “Teruel existe” llegaba precedida de ese mismo convencimiento que aglutinó a su ciudadanía, desde el Opus a la histórica CNT libertaria del Bajo Aragón.
El artículo de Le Monde llevaba por título “La 'Laponie espagnole' veut sortir de l'abandon”. La Laponia española quiere salir del abandono. Corresponde a una extensión, la serranía celtibérica, con una densidad demográfica más baja que la verdadera Laponia polar. Cierto que Teruel y, en concreto Calamocha, suelen dar las mínimas peninsulares del mercurio, y por ello, junto a sus amantes de piedra y su jamón son más conocidas, pero la zona montañosa denominada con inevitable ironía como los Montes Universales, ni es polo norte ni conoció los polos de desarrollo de López Rodó.
El abandono creciente de las pocas empresas instaladas conforman el paisaje actual. Los portugueses se expresan con crueldad cuando identifican a Portugal con Lisboa: “e o resto é paisagem”. En Aragón se podría decir que Aragón es Zaragoza, y el resto, ni siquiera es paisaje. Todo se queda en un “Ven y siente Teruel” turístico de fin de semana.
Teruel perdió la guerra y ha perdido todos los trenes. Tampoco ha alcanzado los puestos de promoción a la división del bronce. Que tu equipo, quinto de su grupo, no salga de las páginas deportivas del periódico provincial no es una buena noticia. No es ni noticia.
La importancia del deporte como representación nacional y popular, como pasión identitaria, es definitiva. En la Liga de las estrellas no está representada la España vacía. Es otra evidencia que pasa desapercibida, pese también a su enorme capital simbólico. Ninguna de sus ciudades es de Primera. Jugar en Primera supone un prestigio y valor añadido, que no casualmente, ignora a la España vacía.
Término este acuñado con fortuna por Sergio del Molino, un brillantísimo “viejoven” de esa generación de autores que, como Paco Cerdá (Los últimos. Voces de la Laponia española) ha reparado en la España rural, despoblada y secularmente olvidada. Más de la mitad del territorio español, (268.000 kms. cuadrados) apenas cuenta con 7 millones de habitantes (15%), ni un 10% sin las capitales de provincia. Pero es que la Segunda División, solo cuenta con dos o tres de sus capitales: Soria y Huesca.
Lugo es asimilable. Miranda de Ebro, Zaragoza y Valladolid, escapan de esa España mesetaria y desértica, debido a los planes desarrollistas antes comentados de los gobiernos tecnócratas del Opus. Eran como la continuación de la política surgida en el 38 para las Regiones Devastadas. Con Brunetes reconstruidos y Belchites abandonados con sus ruinas y cicatrices al aire.
Podríamos añadir que la España vencida, devastada, invertebrada, interior, áspera y seca, adusta, miserable, ignorante y austera... según bien el cronista, el filósofo, el geógrafo o el poeta, tiene hoy un asidero minúsculo de gloria nacional al que agarrarse en los llamados playoffs. La promociones de ascensos antes se jugaban entre regiones limítrofes y solo al final entre los gallitos de la categoría. Incluso la Segunda División se mantuvo en grupos hasta la temporada 68-69.
Al menos, la modernidad, regada de autovías e infraestructuras, facilita el raudo transporte por toda la geografía estatal (incluida la insular) para jugadores que en muchos casos el lunes volverán a su trabajo principal. Son nombres modestos como Anguiano, Huétor Tájar, Yeclano, Azuaga, Ejea o Villarrobledo. No hay otra visibilidad. El fútbol, sin proponérselo, escenifica esas dos Españas impensadas. Hay una España que se ve y otra que para el balón tampoco existe. Ni un minuto de gloria ni una línea.
(Artículo publicado hoy en el Diario de Soria)
Como se recogía en un reciente reportaje publicado en Le Monde, hay lugares que desaparecen: permanecen en los mapas, pero salen de nuestras memorias. A fuerza de ser olvidados, se venía a decir, es como si jamás hubieran existido. La concienciadora campaña de “Teruel existe” llegaba precedida de ese mismo convencimiento que aglutinó a su ciudadanía, desde el Opus a la histórica CNT libertaria del Bajo Aragón.
El artículo de Le Monde llevaba por título “La 'Laponie espagnole' veut sortir de l'abandon”. La Laponia española quiere salir del abandono. Corresponde a una extensión, la serranía celtibérica, con una densidad demográfica más baja que la verdadera Laponia polar. Cierto que Teruel y, en concreto Calamocha, suelen dar las mínimas peninsulares del mercurio, y por ello, junto a sus amantes de piedra y su jamón son más conocidas, pero la zona montañosa denominada con inevitable ironía como los Montes Universales, ni es polo norte ni conoció los polos de desarrollo de López Rodó.
El abandono creciente de las pocas empresas instaladas conforman el paisaje actual. Los portugueses se expresan con crueldad cuando identifican a Portugal con Lisboa: “e o resto é paisagem”. En Aragón se podría decir que Aragón es Zaragoza, y el resto, ni siquiera es paisaje. Todo se queda en un “Ven y siente Teruel” turístico de fin de semana.
Teruel perdió la guerra y ha perdido todos los trenes. Tampoco ha alcanzado los puestos de promoción a la división del bronce. Que tu equipo, quinto de su grupo, no salga de las páginas deportivas del periódico provincial no es una buena noticia. No es ni noticia.
La importancia del deporte como representación nacional y popular, como pasión identitaria, es definitiva. En la Liga de las estrellas no está representada la España vacía. Es otra evidencia que pasa desapercibida, pese también a su enorme capital simbólico. Ninguna de sus ciudades es de Primera. Jugar en Primera supone un prestigio y valor añadido, que no casualmente, ignora a la España vacía.
Término este acuñado con fortuna por Sergio del Molino, un brillantísimo “viejoven” de esa generación de autores que, como Paco Cerdá (Los últimos. Voces de la Laponia española) ha reparado en la España rural, despoblada y secularmente olvidada. Más de la mitad del territorio español, (268.000 kms. cuadrados) apenas cuenta con 7 millones de habitantes (15%), ni un 10% sin las capitales de provincia. Pero es que la Segunda División, solo cuenta con dos o tres de sus capitales: Soria y Huesca.
Lugo es asimilable. Miranda de Ebro, Zaragoza y Valladolid, escapan de esa España mesetaria y desértica, debido a los planes desarrollistas antes comentados de los gobiernos tecnócratas del Opus. Eran como la continuación de la política surgida en el 38 para las Regiones Devastadas. Con Brunetes reconstruidos y Belchites abandonados con sus ruinas y cicatrices al aire.
Podríamos añadir que la España vencida, devastada, invertebrada, interior, áspera y seca, adusta, miserable, ignorante y austera... según bien el cronista, el filósofo, el geógrafo o el poeta, tiene hoy un asidero minúsculo de gloria nacional al que agarrarse en los llamados playoffs. La promociones de ascensos antes se jugaban entre regiones limítrofes y solo al final entre los gallitos de la categoría. Incluso la Segunda División se mantuvo en grupos hasta la temporada 68-69.
Al menos, la modernidad, regada de autovías e infraestructuras, facilita el raudo transporte por toda la geografía estatal (incluida la insular) para jugadores que en muchos casos el lunes volverán a su trabajo principal. Son nombres modestos como Anguiano, Huétor Tájar, Yeclano, Azuaga, Ejea o Villarrobledo. No hay otra visibilidad. El fútbol, sin proponérselo, escenifica esas dos Españas impensadas. Hay una España que se ve y otra que para el balón tampoco existe. Ni un minuto de gloria ni una línea.
(Artículo publicado hoy en el Diario de Soria)
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