A falta de siete jornadas para el final del campeonato, el CCF vuelve a estar en disposición de pelear por el play off de ascenso a Primera División. La racha de tres triunfos consecutivos, la mejor serie de la campaña, ha servido tanto para enterrar el peligro del descenso casi de forma definitiva como para devolver al equipo blanquiverde a la misma situación que tenía hace nueve semanas. Entonces, cuando tras la derrota ante el Eibar en El Arcángel fue despedido Pablo Villa, el sexto billete para la postemporada se encontraba también a apenas dos puntos. Curiosamente, el sueño vuelve a alimentarse con prácticamente los mismos ingredientes que en la etapa anterior: solidez defensiva, juego sobrio y efectividad en ataque. Ahora mismo los elementos funcionan, pero como ya ocurriera con anterioridad, sería conveniente una mejora, sobre todo en el juego con balón y la minimización de despistes en la retaguardia, para evitar sustos como el de últimísima hora ante el Hércules.
El CCF se ha reenganchado de nuevo a la lucha por el play off huyendo de la quema del descenso. El equipo tocó fondo tras igualar en casa ante el Murcia, lo que dejó la zona de peligro a menos de un partido... y con un calendario inminente de lo más exigente. Pero desde entonces suma tres victorias, dos de ellas como visitante, donde se ha puesto a cien en su historia en la categoría de plata tras 29 temporadas y 556 encuentros. Todo gracias a una serie que el grupo venía demandando desde hace mucho tiempo, una racha -diez de los últimos 12 puntos- a la que además se ha unido el frenazo de todos los aspirantes de una Segunda de locos. La ecuación final dictamina que a falta de siete citas -cuatro en El Arcángel-, el equipo de Ferrer sólo puede mirar hacia arriba, ya que la permanencia está virtualmente atada con un colchón a favor de tres partidos.
¿A qué se ha debido esta transformación? ¿Qué ha cambiado en el CCF para que ahora los resultados acompañen? ¿Cuál ha sido la receta utilizada por el técnico para reactivar al grupo? La respuesta es más sencilla de lo que pudiera parecer a priori. Tras cinco semanas de pruebas saldadas con más de un disgusto, Ferrer acabó percatándose de que el remedio a los males estaba en volver al origen, en recuperar el estilo que su antecesor en el cargo impuso desde la pretemporada, el mismo estigma del que él quiso alejarse del todo en su primeros días. No parecía lógico, toda vez que la plantilla estaba confeccionada para jugar de una forma que aparentemente había funcionado, al menos en la primera mitad del curso.
Desde la semana previa a visitar Gijón, el cambio ha sido radical. El equipo ofrece ahora una resistencia de seis hombres por detrás de la pelota, a lo que se suma el trabajo y la solidaridad del resto. Sólo Uli Dávila, asentado como enganche, y Xisco o Arturo, que se alternan como referencia, quedan más liberados, aunque obligados a mantener el sitio; los extremos, Pedro y Juanlu -así se explica la salida del once de Nieto y López Silva- sí tienen que recorrer metros para ayudar a los laterales y minimizar las llegadas del contrario. El bloque, compacto a más no poder, no se complica lo más mínimo cuando recupera el balón, buscando rápidas transiciones ofensivas para sorprender al enemigo (de ahí la apuesta por un doble pivote de destrucción), aunque en ocasiones se eche en falta un poquito de más temple para no regalar la pelota tan pronto al rival. Si a eso se suma que ahora la efectividad arriba ha aumentado, el resultado no puede ser otro que la reactivación de un sueño.
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