La definición de nuestro titular viene a significar más o menos esto: "Un exceso de complacencia o bondad puede resultar contraproducente pues se tiende a abusar de este tipo de personas".
Carlos Pouso ha iniciado en el banquillo del Mirandés su tercera temporada. Y a la tercera le han dado el sopapo. Un hombre en sus declaraciones en las ruedas de prensa muy comedido, excesivamente prudente para la época en que nos movemos. Yo no digo que siempre esté de "parrapla" como algunos entrenadores de banquillos de Primera, pero al menos echaba en falta que se mosqueara en ocasiones por la falta de justicia arbitral. Pero Pouso es así. Nunca jamás se acordó de ningún arbitro en sentido negativo. Pero como decía mi padre: "Nadie es tonto hasta que hace la primera tontería". Y el martes copero, Pouso entendió que con su equipo se cometía una injusticia al no señalar penalti un empujón de libro sobre su jugador Díaz de Cerio. El entrenador vasco no pudo aguantarse y protestó. Ya antes el Cuarto árbitro le había llamado al orden y tal vez de ahí, de esos vientos llegó la tempestad. Comenzó a funcionar el pinganillo y Pouso que vería el partido detrás de mí toda la segunda parte.
En la rueda de prensa Pouso ya pidió perdón por su comportamiento, sobre todo pensando en tantos nuiños que van a Anduva, aduciendo que tal vez se excedió en la protesta. Pero Pouso antes que entrenador es humano y no pudo soportar lo que para él era un fallo arbitral garrafal.
Lo dicho, que ni tanto ni tan calvo. Ni mucho protestar como algunos y ni tanto aguantar como Pouso. Te haces de miel y te comen las moscas.
Pero al margen de todo esto, aun entendiendo que Pouso pudo pasarse un pelín, o un pelón, me parece que con Carlos Pouso no han sido justo ni Ocón, ni Competición.
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